9/1/14

Ya no había más tiempo para seguir durmiendo

Miércoles 9 de enero de 2013, 5:30 AM: la voz de tu mamá desde el living me despertó. Las contracciones empezaban, ya no había más tiempo para seguir durmiendo. Hicimos bien todos los deberes, esperamos un rato y llamamos a Marta -la partera- que nos hizo las preguntas de rigor y dijo que nos encontrábamos en la clínica en un par de horas. Antes de las 10 de la mañana, un mensaje de texto confirmó la reserva del taxi: “El móvil 403 patente IAG 617 arribará en 12 minutos.” Llegamos a la Suizo, le avisamos a Marta y nos sentamos a esperar a que nos venga a buscar. Nos hizo pasar a una habitación para revisar a tu mamá y confirmar lo que estábamos esperando: ya tenías ganas de nacer.

Miércoles 8 de enero de 2014, 11 AM: hace (casi) un año que saliste de la panza de mamá para llenarnos la vida -y el departamento- de risas, pañales, llantos y juguetes. Ahora estás durmiendo la siesta en la cama grande, mientras yo escribo sentado en el sillón y Rosi trabaja desde casa, (todavía) en camisón. Me tomé esta semana de vacaciones para cuidarte y además compartir con vos el día de tu primer cumpleaños.

Hace un tiempito ya que aprendiste a gatear, así que andás para todos lados esperando que alguno se distraiga para poder abrir todas las puertas que no te dejamos abrir. El no Charo se ha vuelto una constante de estos días. Ya te salieron seis dientes, te metiste muchas veces a la pileta y tomás la mamadera sola. Te encanta aplaudir y hacernos aplaudir a todos. Cuando estás chinchuda ponés cara de chanchito y si te hago burla te reís (me encanta que te rías). Cuando te reís se te hace un pocito en el cachete derecho (y en el otro no). Sos la nena más linda que existe en el mundo.

Jueves 9 de enero de 2014, 0:30 AM: se terminó el miércoles y ya empezó tu cumpleaños. Ayer a la tarde después dormir la siesta y tomar la leche, fuimos a la peluquería a que te pongan (todavía más) linda para los festejos que se vienen. Ahora vos y tu mamá duermen en la pieza mientras yo escribo en el living. La noche está hermosa y no hace tanto calor como un año atrás.

Hay algo que a veces me sorprende sobre mi -ya no tan nuevo- rol de padre: la ausencia de miedo y/o preocupación con la que vivo (y viví desde el momento que me enteré que ibas a venir) el día a día, la naturalidad con la que -siento- me dejo llevar por cada situación. Esto no quiere decir que hago todo bien ni nada por el estilo, sólo que simplemente no me resulta común entrar en estado de pánico o de “y ahora qué hago”. Estimo que deber ser algo positivo, al menos yo lo pienso así. Como si hubiese tenido guardadas en algún lugar de mi cabeza las instrucciones y el sólo hecho de que hayas nacido las hubiera desbloqueado.

Hace mucho que no escribía -casualmente lo último que publiqué es de cuando todavía estabas adentro de la panza- pero tenía ganas de regalarte algunas líneas en este día tan especial. Justo anoche hablábamos con Rosi sobre (todo) el trabajo que significa ser padres. Hoy se cumple un año desde el momento en que se acabó el tiempo para seguir durmiendo. Vos llegaste para revolucionar todo, hasta nuestra forma de sentir.

Feliz cumpleaños Chuleta, te quiero con todo mi corazón.

19/9/12

Papá está Creisi

Messi le imprime vértigo a la realidad cada vez que pisa una cancha de fútbol. Cuando los periódicos hablan de que le falta un gol para alcanzar un nuevo récord, él va y mete tres en el mismo partido, superando el récord del récord. “Tengo nostalgia del presente cada vez que juega Messi”, dice Hernán Casciari. Porque de eso se trata, al caer en la cuenta que somos contemporáneos de este enano maravilloso que llegó al punto de dejar en ridículo a las estadísticas, simultáneamente nos vemos invadidos por la pena de lo que ya fue y – por ende – no puede volver a ser. Por momentos parece capaz de ganarle al futuro. El sábado 2 de junio, Argentina venció a Ecuador en el Monumental por Eliminatorias y Messi festejó su gol metiéndose la pelota debajo de la camiseta. Quizás,  dentro de unos cuantos años, cuando yo esté más viejo y vos – quién  te dice – tengas hijos, les podamos contar que una vez Lionel Messi hizo un gol jugando para la Selección y lo festejó igual que el abuelo. El día que Messi me copió el festejo.


Ya se terminaba el primer tiempo cuando el Negro Ampuero se metió en el área, enganchó, lo tocaron y el árbitro cobró foul. Yo agarré la pelota y empecé con el ritual de siempre: sosteniéndola con las dos manos la apoyé sobre la mancha blanca que indica el punto penal y haciendo un poco de presión la dejé sobre el pasto. Con el botín derecho pisé la tierra a un costado para asegurarme que estaba firme. Caminé para atrás varios pasos tomando carrera y me paré de frente al arco, con los brazos en jarra. Con un golpe de vista miré al arquero y también al árbitro (el orden no es importante). Volví a mirar la pelota y esperé el silbatazo. Ese instante en el que toda la atención está ahí, a doce pasos de la línea de gol. Corrí en diagonal hacia el punto del penal y le pegué con cara interna abriendo el pie derecho. El arquero se jugó a la izquierda, la pelota entró junto al otro palo, rebotó contra la red y volvió hacia donde estaba yo. La levanté y me la metí debajo de la camiseta. Vos estabas lejos, te habías ido de viaje por Europa en la panza de mamá. Paseando por Berlín, todavía eras una hermosa noticia que algunos pocos conocían. Pero ese mediodía de otoño fuiste, durante algunos segundos, esa pelota fría pegada contra mi abdomen. Fuiste esa corrida – con beso en la falsa panza incluido – que terminó en abrazo con el tío Larva. El partido fue derrota para el Creisi Mayin, nos fuimos calientes porque ese resultado casi que nos despidió de la lucha por el campeonato. Sin embargo ese sábado a la noche, mientras miraba el partido de Argentina en casa y lo veía a Messi festejar su gol, yo pensaba en vos y en la cara se me dibujaba una sonrisa.

31/5/12

Viggo, el Kun y los milagros

¿Qué hace que una multitud que observa con atención y nerviosismo como veintidós tipos corren atrás de una pelota, repentinamente se encienda y comience a cantar (gritar) a coro y como si en eso se les fuera la vida?¿Qué es lo que produce que una persona desde el escalón de cemento de una tribuna – y por el sólo hecho de saltar en el lugar –, se sienta repentinamente capaz de lograr que esos jugadores que visten la camiseta del club de sus amores corran más rápido, salten más alto o pateen más fuerte? ¿Por qué una pelota que se estrella contra el fondo de una red es capaz de producir lágrimas de emoción cayendo por las mejillas del hincha que festeja el gol? ¿Adónde se origina tanta angustia?

Hace un par de domingos me desperté después del mediodía y, todavía desde la cama, escuché el grito de gol del relator que salía por los parlantes del televisor. Creo que no existe un despertador más efectivo: me levanto y camino hasta el living casi como si fuese un acto reflejo. No necesito saber ni quién juega ni por qué liga. Escucho la letra "o" multiplicarse en el tiempo y rápidamente voy en busca de las imágenes. –Gol del City –me dice mi viejo que mira el partido parado, adelante del sillón. –¿Cómo van? – retruco mientras hago un esfuerzo por despertarme del todo. –2 a 2. Ya termina. El United ya ganó. –Con apenas un puñado de palabras me describe cuál es la situación. Manchester City está a punto de dejar escapar la posibilidad de ser campeón después de cuarenta y cuatro años, en su cancha y jugando contra un equipo que lucha por no descender. Se juega la última fecha y está obligado a ganar. Miro el relojito en una esquina de la pantalla que indica “+5”, es decir, se va a jugar hasta el minuto 50. Van 46. El relator dice que “sólo un milagro” podría darle el título a los de celeste. Minuto 47 y 20 segundos: Agüero mete un pique corto entrando al área grande, amaga ante la estirada del defensor y saca el latigazo seco al primer palo. Milagro. En la ciudad de Manchester los fanáticos del City enloquecen. Simultáneamente, acá en Buenos Aires, mi viejo y yo largamos un grito corto y espontáneo: ¡Gol!


Aquel domingo deseé por un momento haberme criado en algún rincón Manchester y ser hincha del City, para poder gritar – como gritaron ellos – el histórico gol del Kun. Un poco más acá en el tiempo sin embargo, también domingo pero por la tarde, son los otros los que anhelan estar mis zapatos. Mientras camino sonriente por las calles del Bajo Flores yendo a tomar el colectivo, meto la mano en el bolsillo del jean, saco el celular y leo: “Me puse muy contento por vos con esta locura que acaba de pasar. Te quiero amigo.” Sin dejar de caminar, mis dedos aprietan las pequeñas teclas del teléfono y en la pantalla se va escribiendo un mensaje de agradecimiento. Hace alrededor de media hora, yo era uno más de los miles de cuervos que gritaban y se abrazaban en las tribunas del Nuevo Gasómetro. San Lorenzo lograba dar vuelta el resultado y se ponía 3-2 arriba en el marcador faltando apenas dos minutos para que finalice el partido. Sí, otra vez milagro. Aunque ese gol no valió un título ni mucho menos. Apenas si nos sirvió para zafar del descenso directo, más no sea hasta el próximo partido. Alcanza y sobra. El pitazo final desata el festejo loco y también las lágrimas.

Liam Gallagher – ex Oasis – levanta los brazos en lo alto del Etihad Stadium festejando el gol agónico que significó un campeonato. Viggo Mortensen – ex Señor de los Anillos – grita ¡Pipi, Pipi, Pipi!” en el aeropuerto de Washington celebrando el tanto que concretó la remontada azulgrana. La pasión por el fútbol unifica. Yo no se cómo será la vida de un fanático del waterpolo o de qué hablará con sus amigos un loco del hockey sobre patines. Desconozco sinceramente si existen estos personajes, probablemente si. Tengo la suerte de no tener que preocuparme por ese tipo de cuestiones. Yo se que si el sábado al mediodía me levanto puteando porque la lluvia hizo que se suspenda el partido de la tarde, tengo el consuelo de prender el televisor y elegir entre mirar Aldosivi-Central o Queens Park Rangers-Chelsea.

Solemos hacer particular hincapié en resaltar fechas y momentos, sin embargo, vivir es todo aquello que hacemos cotidianamente, sea trascendente o (valga la redundancia) cotidiano. Y nuestra cotidianeidad está envuelta en todo tipo de sentimientos. Algunos de nosotros (me incluyo) le damos al deporte un alto grado de relevancia. Al hacerlo, todo lo que tenga que ver con ello podrá verse afectado por las diferentes variedades del sentimiento. Fernando Pacini hace referencia a lo esencial del sentimiento de pertenencia, porque este: “Pone al amor por el juego y por el club por encima de todo lo que se le ha añadido al fútbol en el camino de la adaptación a los tiempos.” De ahí que el resultado de un partido (un gol) pueda representar la diferencia entre la alegría y la angustia. Amor en italiano se dice amore y fútbol se dice calcio. La pasión trasciende idiomas y fronteras. Dice Ariel Scher: “Al fútbol se juega para transformar en ciertas a las esperanzas, para emprender aventuras que van de casi nada a casi todo, para pegar un grito cuando el universo parece condenado al silencio.” Porque los milagros existen, sino me creen vayan a preguntarles a Liam y Viggo.

30/4/12

En las antípodas

El sábado 19 de mayo, en el estadio Fußball Arena de la ciudad de Munich, el local Bayern München enfrentará a Chelsea en la final de la Champions League, el torneo que reúne a los mejores equipos – a nivel clubes – del fútbol del viejo continente. Ingleses y alemanes vibrarán con uno de los eventos futbolísticos del año. Drogba versus Robben, Ribéry contra Lampard. Sin embargo, hace tan solo algunos días, todos soñábamos con un desenlace bastante diferente. Más bien, con que los protagonistas del partido definitorio fueran otros. En cierto punto, creo que hasta algún hincha de Chelsea o Bayern también lo deseaba. El mundo fútbol ya se relamía ante la posibilidad de ver una final Barcelona-Real Madrid.

Hoy el panorama cambió radicalmente. Se ha terminado un ciclo. Creo (y deseo) que a este maravilloso Barça todavía le queda hilo en el carretel y volverá la próxima temporada a por más títulos. Sin embargo, cuando la 2011/12 llegue a su fin, Josep Guardiola habrá finalizado el período más próspero de un entrenador en el banquillo blaugrana. Ese hecho tendrá varias consecuencias, entre las cuales quiero destacar una en particular: no más duelos Mourinho-Guardiola. Sus estilos los diferencian y los colocan en veredas opuestas. Los une una rivalidad que logró adueñarse de la escena futbolística ante cada enfrentamiento. Pep se ha quedado con la mayoría de los clásicos, incluida una serie de Championes League que después ganó, sin embargo Mou termina con una victoria en el último choque, que le sirvió para sentenciar la Liga.


El catalán es desde hace 4 años (4 temporadas) un idioma universal. El desembarco de Guardiola como director técnico del Barcelona se dio desde una lógica con un profundo anclaje en el respeto por las tradiciones: luego de dar sus primeros pasos como DT en las divisiones juveniles de la institución, debutó al frente de un plantel profesional sucediendo a Frank Rijkaard. Nadie hubiese imaginado que tan solo cuatro años después, estaríamos hablando del entrenador récord en la historia del club, con 13 títulos (pueden ser 14 si gana la final de Copa) en 4 temporadas. Hoy muchos se sorprenden ante la noticia de que su sucesor será Tito Vilanova, quien fuese hasta hoy su ayudante de campo, pero esta decisión no hace más que ratificar que lo que se busca es continuar por el mismo camino.

En la otra vereda está Mourinho que, desde su arribo a Real Madrid, se ha transformado en la encarnación del árbol que logró tapar el bosque. Impregnó todos los rincones de la Casa Blanca, logrando convencer al plantel – y también a los hinchas – con la idea de que cualquier método es válido en pos de conseguir el triunfo. Llegó con su impronta de ganador nato, con el claro objetivo de hacerle frente al deslumbrante Barcelona. Luego de padecer el predominio catalán en la liga española, hoy está muy cerca de quebrar esa hegemonía: los últimos tres años los que terminaron festejando fueron siempre los de Guardiola. El entrenador portugués está a punto de convertirse en el único en ganar cuatro de las grandes ligas de Europa: tiene 2 ligas de Portugal con el Oporto, 2 Premier con el Chelsea y 2 Scudetto con el Inter de Milán.

El enfrentamiento que seguramente siga sumando capítulos es el que protagonizan Messi y Cristiano Ronaldo. Con personalidades diametralmente opuestas, los dos cracks garantizan espectáculo cada vez que salen al escenario. En la Liga pelean fecha a fecha y gol a gol por quedarse con el pichichi (comparten el liderazgo de la tabla de goleadores con 43 tantos en 35 fechas cada uno). Sencillamente impresionante. El portugués, con su particular gusto por acaparar todas las miradas, es el archienemigo perfecto de la Pulga: extrovertido y provocador, busca siempre salir en la foto de la tapa. Es tan insoportable como letal, se alimenta de los que lo critican por soberbio y contraataca golpeándose el pecho en pleno Camp Nou. Mientras tanto, el argentino desparrama rivales con la misma facilidad que rompe récords, este año se transformó en el máximo anotador de la historia del Barça. Son dos pesos pesado luchando por la misma corona, sólo que en lugar de golpes lo que intercambian son dobletes y hat-tricks.


Pero este deporte nos ha demostrado una vez más que su encanto radica en la carencia de lógica. Un Chelsea desteñido a nivel local, que se despidió hace rato de la pelea en la Premier League, logró arrebatarle el lugar en la final que estaba predestinado para el Barcelona. Lo hizo con una efectividad notable en ataque, sumado a la convicción y la vergüenza necesarias para hacer de la defensa su sistema. Mientras que Bayern, mostrando un fútbol dinámico y ofensivo, jugó con los nervios de un Madrid que ya se sentía finalista (y quizá también campeón) antes de serlo y lo eliminó por penales en su el mismismo Bernabeu. Dentro de un par de semanas, los amantes de este deporte nos sentaremos frente al televisor para ver quién levanta la orejona en la ciudad de Munich. Lamentablemente, Mourinho y Guardiola serán solo dos espectadores más.

31/3/12

Materia gris

La sustancia gris (o materia gris) corresponde a aquellas zonas del sistema nervioso central de color grisáceo integradas principalmente por somas neuronales y dendritas, carentes de mielina. Al carecer de mielina, no son capaces de transmitir rápidamente los impulsos nerviosos. Esta característica se asocia con la función del procesamiento de información, es decir, a la función del razonamiento. Es por ello que, la cantidad de sustancia gris, muchas veces es vista como directamente proporcional a la inteligencia de un ser vivo.

Para mí un requisito fundamental que debe tener una persona para ser considerada inteligente, es la voluntad de buscar siempre desempeñarse en un marco equilibrado. No soy un hipócrita, tengo claro que uno no puede despojarse del sentimiento a la hora de tomar una decisión, y por lo tanto jamás será posible lograr objetividad en un sentido absoluto. Sin embargo, en la paleta de colores del inteligente debe estar siempre la búsqueda por reducir los niveles del prejuicio al mínimo. Sin desechar lo aprendido a través de la experiencia, utilizándolo para enriquecer el análisis. Este artículo nace a raíz de diversas situaciones en las que, según mi pericia, distintos personajes se desenvuelven con una alarmante falta de inteligencia.

Los dos son capaces de tergiversar cualquier tipo de argumento, convencidos de que su visión es la visión. A ambos los define la antinomia en el sentido de lo que creen o descreen. Los une una característica: cierto tipo muy particular de ceguera. Son como los caballos que tiran de los carros en cualquier barrio del conurbano, tienen limitada su visión periférica y sólo avanzan hacia adelante. El extremo como contraposición a la apertura. Llegan al punto de creer que existe una sola la verdad, tienden a convencerse de que el que piensa diferente siempre estará equivocado. Y la única verdad es que ninguno de los tiene razón. El fanático versus el contra. Ninguno es realmente útil, más bien todo lo contrario. Valioso es aquel que busca nutrirse de las diferentes visiones y centraliza sus esfuerzos en lograr que convivan en armonía. Hablamos de lo esencial de los puntos de vista.

En materia política hoy (aunque históricamente siempre fue igual) se vive una suerte de superclásico entre los gobiernos de la Nación y la Ciudad. De un lado están los dirigentes: disputándose los subtes o la policía, echándose culpas, exhibiéndose los trofeos y festejando los errores ajenos. Todo es parte de una gran lucha, con el objetivo de acumular más y más poder. Es utópico imaginárselos trabajando juntos. Del otro lado estamos nosotros, los ciudadanos, que lejos estamos de ser carmelitas descalzas. Porque si leés determinado diario sos opositor y si mirás tal o cual programa de televisión sos oficialista. Siempre transitando por los extremos, como si la vida transcurriese arriba del samba de un parque de diversiones.

Nosotros, como sociedad, también somos responsables. Porque es muy válido elegir, por ideologías y convicciones, cuál de los bandos representa mayormente lo que pensamos y cuál se mantiene más alejado de nuestra posición. Pero lo que no sirve es subirse a la bola de nieve y analizar la realidad desde un solo lado de la calle, menospreciando al de enfrente. Reconozco que estamos transitando una etapa en la que hubo un importante crecimiento en el grado de participación. Eso es algo muy positivo. Pero no nos debemos conformar con el sólo hecho de ver que ahora mucho jóvenes se involucren en política. Eso debe ser sólo un punto de partida. Porque de la mano de la renovación se puede empezar a intentar desterrar ciertas (malas) costumbres del pasado.

No se trata simplemente de una cuestión de tolerancia. No alcanza con dejar que los demás realicen su gestión con libertad, participar también es brindar nuestra ayuda inclusive a los que no tienen puesta la misma camiseta que nosotros. Si quienes ostentan los puestos de poder no dan el ejemplo y demuestran que pueden trabajar juntos, entonces tendremos que ser nosotros los que les enseñemos que semejante aventura es posible.

Equilibrio: Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente.

Elegí esta definición de la palabra equilibrio porque me pareció un claro ejemplo de lo que no se debe buscar: la destrucción. Para demostrar inteligencia no es necesario desarrollar la cura de una enfermedad mortal. Se puede ser inteligente, acercando posiciones y escuchando propuestas, recopilando información para poder hacer un análisis más profundo y eficaz, indignándose cuando el otro dice o hace algo que no me gusta, pero evitando reaccionar con violencia. Existen muchas materias que debemos cursar para poder acercarnos a ser una sociedad más inteligente. Somos los campeones del blanco y el negro, es hora de abrir el espectro e ir en busca de los grises.

24/2/12

El espejo

Me gusta pensar que hay algo mágico en ese cristal que aparenta ser plateado y que cuando nos colocamos delante, nos devuelve – de inmediato y sin consultar – la imagen viva de nosotros mismos. Digo que aparenta, porque resulta difícil de corroborar: siempre está reflejando algo. Debe ser extraña la sensación que experimentamos ante la primera aparición de nuestra figura rebotada en el espejo. Hoy, gracias a la fotografía y el video, tenemos la posibilidad de vernos realizando cualquier tipo de actividad: bailando, corriendo, hasta durmiendo. Sin embargo, fue aquel reflejo el que nos confirmó que estábamos aquí: ver para creer. El tiempo pasó, nos fuimos poniendo viejos y siempre hubo uno ahí para ratificarlo.

“Los mares del sur siguen justificando los ojos y la vida. Todos los Iniesta del mundo y el Barça, también.” Así finaliza un hermoso texto de Ariel Scher, en el que se cuenta la historia de un chico que juega al fútbol en la playa, se cree Iniesta y aprendió mirando al Barcelona por televisión junto a su papá. La historia de un chico que, a una edad en la que todavía es necesario pararse arriba del inodoro para verse en el espejo del baño, busca parecerse a esa banda de locos bajitos que desparraman fútbol por las canchas del mundo.

Un espejo es una tabla de cristal que refleja lo que tiene delante. Cuanto mayor es la calidad con la que ha sido azogado (proceso mediante el cual el vidrio se vuelve espejado), más nítida es la imagen que nos devuelve. En Cataluña existe un grupo de personas que, sin proponérselo, descubrió una fórmula para fabricar espejos de excelencia, logrando una calidad de reflejo pocas veces vista. ¿Cómo lo lograron? Resulta que transformaron el terreno de juego del Camp Nou en un inmenso cristal plateado: en él, jugadores vestidos de azulgrana se convierten en destellos de luz que rebotan contra el cristal inanimado y se te meten a través de la retina. Como un germen: son el principio, el origen de la seducción.

Viéndolos jugar uno tiene la sensación de que está ante un espectáculo guionado, por momentos las escenas de la realidad se vuelven dignas de una superproducción cinematográfica. Pero no lo son, los protagonistas son tan reales como los pies descalzos de ese chico que corre por la arena vestido con la camiseta número 8 de su ídolo. Se mueven, tocan, improvisan. Nos transmiten sus hábitos con naturalidad, llevan adentro ese germen, que alguna vez fue semilla. Son causa y efecto de un juego que al mismo tiempo asombra y cautiva: por belleza y por efectividad. A pesar de estar contemporáneamente fuera de contexto, ya que viven rodeados de espejos que reflejan una imagen más bien opaca de ese deporte al que llamamos fútbol.

Sinergia: 1. Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales.
2. Fútbol Club Barcelona.

La definición número 1 está sacada del diccionario de la Real Academia Española. La número 2 es una suerte de metáfora que acabo de inventar, pues entiendo que la palabra “sinergia” tiene mucho que ver con lo que hizo Josep Guardiola dándole forma a este equipo. “Yo, desde los 13 años, he sido educado de una manera muy particular de entender el juego, que es como me enseñaron y jugué luego en el Barça. Por eso, me gustaría que mis equipos se lo pasaran bien jugando al fútbol, que fueran protagonistas del juego”, declaraba Pep algún tiempo antes de comenzar su carrera como director técnico. Y su equipo se la pasa bien, literal y figuradamente. Se pasa bien la pelota (la protagonista estelar) y se divierte a la vez que divierte.

Los promotores de esta filosofía de juego lejos están de ser revolucionarios. “El futbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan once contra once, y siempre gana Alemania”, dijo alguna vez Gary Lineker, ex futbolista británico. La frase, además de simpática, supone una verdad tan simple como elemental: cuando el partido comienza, son 11 jugadores por lado. “Alinear es un arte que considera la configuración inteligente de relaciones”, escribió Oscar Cano Moreno, entrenador de fútbol español, en su libro El modelo de juego del FC Barcelona. Se trata de defender una idea. La que defiende Guardiola cuando nos habla de juego, un concepto que a muchos hasta les podría sonar anticuado si lo relacionamos con este deporte.

“Toque, toque, toque, nos movemos, nos movemos.” El pequeño Iniesta juega en la orilla y pretende inculcarles a sus compañeros el modelo catalán. Por un momento se vuelve él mismo un objeto (animado) capaz de reflejar los principios ideológicos del fútbol barcelonista. Se contagia y contagia. Y entonces yo – que ahora estoy sentado frente a la pantalla de la computadora imaginándome esa playa – repentinamente descubro que allí radica el encanto, en el efecto contagio. Porque existen muchos espejos en los que reflejarse y también muchos modelos que vale la pena imitar.

Ninguno como este Barça.

21/1/12

Confesionario (II)

Yo salí campeón jugando al fútbol con mis amigos. Nueve palabras que describen cabalmente, cuál es uno de los significados – desde mi singular perspectiva – de la palabra felicidad. El 2011 fue un año muy lindo, en el que viví unas cuantas experiencias nuevas, algunas de las cuales las he ido contando por acá – a través de esta acogedora bitácora – y algunas otras no, me las he querido guardar, son para mí. Fue gratificante descubrir que el artículo con título homónimo a éste (el número II está sólo por cuestiones prácticas), ha sido uno de los mejor recibidos por varios de ustedes, los lectores. Aunque, debo reconocer que no todos lograron decodificar por completo el mensaje que traía implícito. Es lógico, simplemente no me conocen lo suficiente, pero ese texto – como algunos otros que también navegan por las aguas de este blog – fue una suerte de descarga emocional, llevaba adjunto una importante dosis de desencanto, por aquel viejo anhelo tan deseado e incumplido. Pues he aquí, y a continuación, mi casi inmediata respuesta a esa primera declaración. Si el primer Confesionario tenía un tinte más bien triste, ésta segunda versión vendría a ser su contracara.

Recién comienzo a desandar los terrenos del segundo párrafo y ya empiezo a sacar conclusiones, que vertiginosamente devienen en advertencia: cuidado amigo lector, es harto probable que estemos ante uno de los más viscerales de mis escritos. Como suele suceder cuando decido relatar vivencias, el teclado de mi computadora escupe palabras con inusual fluidez. Mi estilo de escritura es por el contrario, particularmente pausado, como haciéndole honor – involuntariamente – al nombre del blog. Lo que van a encontrar en los párrafos que se asoman por debajo, es un cúmulo de fotografías convertidas en relato, que documentan algo sucedido durante una mañana de primavera.

El sábado 26 de noviembre de 2011 está marcado con resaltador en el calendario de mi historia personal. Como le comenté a alguien durante la semana previa, ese día estaba destinado a ser quizá uno los más felices de mi vida, siempre y cuando todo saliese como lo deseábamos (el plural abarca a todos los que se ajustan a la definición de las dos últimas palabras de la oración que da comienzo a este artículo: “mis amigos”). Ese sábado se jugaba la última fecha del campeonato. Viví los días previos con un sentimiento particular, mezcla de ansiedad y nerviosismo. Ansiedad por querer que llegue el día del partido y nerviosismo por saber que – a contramano de mi más profundo deseo – tenía grandes chances de no ser titular. Lo supe desde el mismo momento en que me bajé del avión que me trajo de vuelta a Buenos Aires, luego de algo más de cuatro meses en territorio neocelandés: mi ausencia producto del viaje era sinónimo de perder privilegios tales como ser de la partida en el once inicial del equipo. Pero, aunque entendía que era lógico y no lo merecía, nunca perdí la esperanza de poder estar de entrada.

La mañana del partido amaneció con clima ideal para la práctica deportiva al aire libre: sol radiante. Me pasaron a buscar bien temprano, como estaba previsto, y llegamos al predio adonde se juega el torneo antes de que abran las puertas. El ánimo de todos estaba por las nubes, con un punto de ventaja por sobre el segundo, necesitábamos de un triunfo más para asegurarnos el campeonato. Una vez cambiados llegó el momento de la charla técnicaˡ, el único tramo de la jornada que – por razones que serán esbozadas a continuación – no fue completamente feliz para quien escribe. De la mano de las emotivas palabras que nuestro entrenador nos regaló antes de salir a la cancha, llegó la confirmación menos deseada: iba a ser suplente.

Me abstraje unos pocos segundos del contexto con el propósito de asimilar la noticia, para inmediatamente volver, en mente y espíritu, al lugar de los hechos. Hice la parte de la entrada en calor que me correspondía y después fui a patearle al arquero para que pueda culminar con la suya. Algunos minutos más tarde, sonó el silbatazo que dio comienzo al juego. Siguiendo la cábala de los partidos anteriores en los que no me tocó ser titular, no me puse la camiseta y me quedé en cuero, siguiendo la acción pegado a la raya lateral, caminando inquieto de lado a lado según para donde fuese el balón. El sufrimiento duró menos de lo esperado, promediando el primer tiempo ya estábamos 3 a 0 arriba. En ese momento el técnico me dijo que me moviera, que en diez minutos entraba. Con el partido definitivamente encaminado – ya había llegado el cuarto gol –, ingresé al campo de juego antes de que finalice la primera mitad.

Me sumerjo en el relato y revivo en mi memoria cada instante de aquella mañana de primavera. Quedaban todavía algunos minutos de juego cuando los que estaban afuera empezaron con los festejos. La pelota se jugaba cerca de nuestra área, yo los veía cantar abrazados, desde las cercanías del círculo central. Fue entonces cuando sentí un par de lágrimas brotándome de los ojos, deslizándose hasta llegar al encuentro con las mejillas, recorriéndome verticalmente la cara y soltándose al vacío justo después hacerle una caricia a la mandíbula. Bajé la mirada, respiré hondo y sonreí. No hubiese sentido vergüenza si alguno percibía que había estado llorando, eran lágrimas de emoción y al mismo tiempo de orgullo. Ese grupo de amigos, devenido en equipo, estaba logrando el sueño de salir campeón.

Emoción: Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.

Lo somático pasa por esas pequeñas gotas de agua que nos salen de los ojos y que tienen como objetivo comunicarle al resto del mundo que estamos sentimentalmente vivos. Paradójicamente, podemos llorar tanto de tristeza como de alegría, sólo que en este segundo caso, muchas veces lo hacemos a un nivel cuantitativamente menor. Como si nos hubieran avisado de antemano, que podemos generar una cierta cantidad límite de lágrimas felices y entonces uno viviese administrándolas para no quedarse sin. Todo lo que nos pasa es sentimiento. Reímos a carcajadas, lloramos desconsoladamente, nos enojamos y nos desenojamos, todo el tiempo estamos experimentando sensaciones y, en la mayoría de los casos, vamos haciendo lo posible para que sean placenteras.

Aquel sábado de noviembre fui feliz. Y si alguien me preguntase cuál fue el momento de mayor alegría de esa jornada, mi respuesta sería: cuando miré hacia el costado de la cancha y vi a los que estaban afuera empezando a festejar. Es decir, en el instante en que mi emoción tocó su techo y las lágrimas me nublaron la vista. La satisfacción obtenida por el logro que estábamos alcanzando, fue un proceso de muchos meses de esfuerzo y dedicación. El festejo fue acorde, no a la trascendencia del título que estaba en disputa – muy pocos se enteraron que un equipo llamado Creisi Mayin ganó un torneo de fútbol amateur en Pilar –, sino al nivel de importancia y de pasión que nosotros habíamos depositado en él. Por ende, fue un merecido y hermoso festejo. Como escribí en el epígrafe de una de las fotos de esa tarde: una fiesta interminable.

ˡAclaración: En este artículo se cuenta una historia real, protagonizada por un equipo de fútbol amateur cuyos integrantes se comportan y viven como si cada partido fuese la final del mundo.